En busca del icono de San Cristóbal
Hay edificaciones que por su naturaleza y ‘personalidad’ se convierten y refunden –en literal sinécdoque- con la ciudad, alcanzando a ser su álter ego. Verbi gratia, los duplos Torre Eiffel – París; Big Ben – Londres; Teatro de la Ópera – Sydney; Coliseo – Roma; Puerta de Alcalá – Madrid, Sagrada Familia – Barcelona; obeliscos del Cuatricentenario en Washington, Buenos Aires y Barquisimeto o la otrora silueta de las Torres del Silencio – Caracas, entre otros.
En todos estos ejemplos, obras de la arquitectura local alcanzaron a convertirse en la imagen integral de toda una ciudad, y el uso de su figura se ha extendido en múltiples formas, desde representar un referente histórico y cultural hasta el mercadeo de la misma, con sus diferentes visiones y criterios de ventajas y desventajas.
En muchas ciudades, el icono urbano asociado como su identificación está complementado por un programa de señalética uniforme, enfocada en información, cultura y turismo, por cuanto no solo ha de ser capaz de ayudar a residentes y visitantes a ubicarse y desplazarse de la forma más sencilla, eficiente y eficaz por sus espacios, sino que también ha de ser capaz de transmitir una personalidad y hacer hablar a los espacios que señaliza, transmitiendo así la esencia, la historia o la marca propia de dicha ciudad.
En el caso en estudio, si se realiza una criba de la arquitectura local sancristobalense con miras a definir un icono urbano para la misma, las obras candidatas resultan escasas y la mayoría de las mismas solo están enmarcadas en una etapa de evolución arquitectónica muy específica.
La comprendida entre 1922 (inicio de las obras de construcción del Palacio de los Leones), durante el gobierno del presidente del estado Táchira, el general Eustoquio Gómez, ‘el mejor alcalde de San Cristóbal’, hasta finales de la década de los años ochenta del pasado siglo (construcción de las torres del Centro Cívico), fecha en la cual, a la par, desaparecía o fenecía en Venezuela la arquitectura icónica.
Así, la selección de un icono urbano (o iconos urbanos) para la ciudad cordial, la Mirabilia urbis Sancti Christophori (la maravillosa ciudad de San Cristóbal, según el cognomento que le correspondería en la ‘lingua franca’ latina), permanece como una asignatura pendiente para la municipalidad, los arquitectos, los estudiantes de arquitectura y para una sociedad que debe y tiene que repensar su ciudad como su casa, su espacio vital.
Un candidato: el Obelisco de los Italianos
Su forma misma y el lugar que ocupa en el ordenamiento de la ciudad, bastan para indicar su función e importancia. No cuenta su pasado, lo contiene en sus formas y avatares, que se dejan ver en sus transformaciones.
El sistema estructural que lo conforma es sencillo, y sin una especialidad particular, no obstante, fue dotado de un acabado refinamiento de formas, detalles, delineados, verticalidades y proporciones, presentándose excepcionalmente esbelto.
En entrevista de valía al Sr. Gianni Trevisi (Maserada sul Piave, Treviso, 1939), se pudo conocer que el origen del obelisco, como idea y proyecto, se dio en el mes de octubre de 1967, en el lugar donde a la usanza de la vieja Europa, la comunidad italiana residente en el Táchira se encontraba para conocer e intercambiar las últimas noticias de Venezuela e Italia o hablar sobre el día a día de trabajo, entre cafés y cigarrillos. Ese lugar era una cafetería denominada La Tacita de Oro, ubicada en la carrera 7 –actual 7ma avenida- con calle 11, y ya desaparecida.
Allí se entregó una invitación de la comisión organizadora de la Feria Internacional de San Sebastián, en su IV edición, para la Casa de Italia (antecesora del actual Centro Ítalo Venezolano, creado en San Cristóbal el 21 de junio de 1995), por cuanto en años anteriores, la comunidad había participado de forma activa en estos eventos feriales (a través de una adornada carroza y la asistencia de la reina de la Casa de Italia, en los desfiles).
Quienes recibieron el oficio, trataron el asunto. El señor Antonio Angerami Santa Lucia (fallecido en 2005), uno de los contertulios, propuso –para la edición de 1968- participar de una forma nueva y diferente a través de una contribución duradera, como una especie de monumento urbano, similar al realizado por otras comunidades italianas en otros países. Expuso el Sr. Angerami a sus amigos, el ejemplo del monumento conmemorativo y ornamental que donó la comunidad italiana residente en Cúcuta (Colombia) a la ciudad.
Este fue inaugurado el 6 de mayo de 1940 y consistía en una fuente luminosa, blanca, en forma de globo terráqueo que portaba en su ecuador los nombres de los navegantes italianos más famosos como Colombo (Colón), Vespucci (Vespucio), Verrazano y Caboto. El mismo, con el tiempo, pasó a ser un hito referencial urbano desde su instalación en la ‘plazuela del Libertador’, denominación para la época y actualmente ‘Parque Nacional’, pero el común le da el nombre de parque de ‘La bolaLa idea fue tomada de inmediato por el arquitecto y profesor Fernando Matticari M. (Roma, 1908 – San Cristóbal, 1978), graduado en Italia, profesor de dibujo y pintor naturalista especializado en composiciones con formas y fisonomías individualizadas y de diáfano colorido, quien para el momento solo meditó sobre la misma, sin comentarla.
En la siguiente reunión, celebrada el 29 de octubre de 1967, presentó un boceto, en perspectiva, de su idea para el ‘monumento celebrativo’ como lo denominaría él, elaborado siguiendo un simbolismo clásico, pero replanteado desde la tendencia vanguardista arquitectónica que caracterizó todas sus obras.
Así, aprobado por la Casa de Italia y tramitados tanto los permisos institucionales de construcción requeridos como la asignación del respectivo espacio, en el nudo vial más transitado para la época y en una de las colinas más altas de la ciudad, se iniciaron los trabajos a finales de noviembre de 1967. Estos se concluyeron de forma exitosa con la inauguración del monumento conmemorativo y ornamental urbano de la ciudad de San Cristóbal, el sábado 27 de enero de 1968.
Presidió el acto el gobernador del estado Táchira para la época, el Dr. Juan Antonio Galeazzi Contreras, descendiente de emigrantes italianos del archipiélago toscano, de Isola d’Elba. A este lo acompañaban el presidente de la Asamblea Legislativa, Dr. Fabio Méndez Moncada; y miembros de la comunidad italiana, entres quienes destacaban el arquitecto Fernando Matticari, Alessandro De Carolis y Antonio Angerami Santa Lucia; y autoridades municipales encabezadas por el Ing. Teófilo Cárdenas Ortiz, presidente del Concejo Municipal del Distrito San Cristóbal. Se le cedió el honor de cortar las dos cintas tricolores (una con la bandera italiana y otra con la venezolana) a la reina del ferial de 1968, la Srta. Nancy Mogollón González.
La obra, concluida, alcanzó un costo de 80 000 bolívares, el equivalente en divisas de la época a 18 605 dólares estadounidenses.
Su emplazamiento, sobre el estratégico nudo vial urbano, quedó fijado en un espacio de 500 m2, en forma de redoma (plaza circular o rotonda) en medio del anillo vial de la avenida 19 de Abril, donde le desemboca la añeja calle del Pasaje Acueducto y la primera calle de ingreso a los barrios Libertador y Sucre, en la más parte alta y oriental de la avenida, en el piedemonte de la sierra de La Maravilla.
Con el transcurrir del tiempo, su presencia como hito urbano referencial se integró en la conciencia citadina con las denominaciones de ‘la redoma del Obelisco’ y luego ‘el Obelisco de los Italianos’ o ‘el Obelisco’.